Hace unos meses, un grupo de científicxs nos envió una carta urgente.
Ya no se les ocurría nada. Llevaban décadas inventando máquinas para la guerra, para vigilar, para extraer. Ninguna servía para reír, para perderse, para recordar cosas suaves.
La carta era clara: “Necesitamos su ayuda. Nuestras ideas se acabaron. Ustedes todavía saben jugar.”


Hayao Miyazaki en entrevista.


estO es «máQuinAs conTra El Fin dEl mundO».
Niñxs entre 5 y 14 años fabricaron artefactos con materiales olvidados, curiosidad infinita y reglas imposibles.


Una máquina que dobla origami a partir de cosas que quisieras contar: toma lo que no has contado y lo convierte en una flor que marchita en silencio. Solo florece si lo compartes.



Un teclado sensible que al escribir, siente lo que estás sintiendo y te contesta en voz baja con un pequeño susurro. Solo comparte lo que sientes a altas horas de la madrugada. Se llama Rober porque se humanizó de tanto contar sus sentimientos.



Un artefacto que recoge tu risa y la convierte en ondas de luz que viajan por tu cuerpo. Solo libera su poder si te ríes.

Las instrucciones son poco fiables.
Algunas solo funcionan de noche.
Otras desaparecen en 13 horas.
Ninguna sirve para producir.
Todas son para señalar las grietas.
Hicimos máquinas que no solucionan nada, en el mejor de los casos abren preguntas.





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